Ricardo, de 26 años, es egresado de la licenciatura en Química de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), su trayectoria se ha forjado a base de sueños y lucha.
Ya piensa en lo que viene tras el doctorado, “a ver si puedo hacer un posdoctorado, y a largo plazo deseo ser docente, ya sea aquí (en México) o en el extranjero; mi siguiente sueño es ir a Corea”.
Platica con mucho entusiasmo de su estadía en el prestigiado MIT, pero con cierta añoranza de su alma mater:
“En Boston me he dado cuenta de que los universitarios tenemos suficiente potencial, la UNAM lo tiene, ojalá los medios de comunicación subrayaran eso; esta universidad nos da todo, y todo es prácticamente gratis, por eso hay que esforzarnos, no decir ‘no puedo’, arriesgarnos, salir de la zona de confort”, afirmó Ricardo, quien en el MIT desarrolló materiales bidimensionales, para la elaboración de microchips y paneles solares.
Habla también de sus humildes orígenes con mucho orgullo, porque él ha logrado cambiar esa ley no escrita, pero conocida por muchos: “En mi pueblo, La Mina, hay una ley: ‘naces y mueres pobre’, mi historia es como la de miles de mexicanos, aun así, ahora no me siento alguien extraordinario, sólo soy feliz”.
El joven, que fue galardonado con el Premio Nacional de la Juventud 2017, aseguró que la ciencia le ha ayudado a cumplir sus sueños, hecho que quedó de manifiesto al impartir la conferencia “Cómo la ciencia ha cambiado mi vida. Los sueños se pueden cumplir”.
En entrevista narra lo difícil y precaria que fue su infancia; su nacimiento ocurrió en casa de sus abuelos, su niñez la vivió entre Morelos y Oaxaca, vendiendo limones, aguacates; también tejía canastas. Ya en la preparatoria se enteró de la existencia de la UNAM, pero no contaba con el dinero suficiente para pagar el examen de admisión y es ahí que su espíritu de lucha lo empujó a “botear”, para alcanzar ese “nuevo sueño”, el cual alcanzó.
Estando en la facultad recurrió a la venta de dulces para mantenerse, dormía en casa de sus compañeros que le brindaban hospedaje: “Algunos me invitaban a comer, pero mi dieta esencialmente fue a base de bolillo o torta de tamal con agua, y cuando no resistía el hambre mejor dormía y asunto arreglado… hagan la prueba”.
En su estancia en la capital del país, Ricardo vivió en Culhuacán, en Santo Domingo, “en cuartos que ni ventanas tenían, podías morir y nadie se daría cuenta, pero cuando llegó mi carta de aceptación al MIT dije una y otra vez: ‘yo creo que se equivocaron’, no me la creía, hasta que llegué allá y pregunté por el lavadero, se rieron, allá no existe eso”.
Reconoce que mucha gente le apoyó y que gracias a ellos está ahí, por eso dice que en mayo, “todos se graduarán con él”, incluida su madre, por quien tiene una gran admiración, pues pese a ser analfabeta, siempre lo impulsó a estudiar, a soñar, “yo he cumplido su sueño”.
Con información de Proceso
smg